Creíamos que el dolor se anestesiaba cuando nos encontrábamos juntos, cuando los golpes y las lenguas de serpiente no nos mataban con su veneno, pero nos equivocábamos.
El veneno paso a formar parte de nosotros hasta tal punto, que escupíamos en cada palabra gotas de él, nos dañábamos con sucias palabras que jamás hubiesen salido de nuestras bocas y no lo supimos ver hasta el final.
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